Aprieta el calor ¿eh? Y hoy encima has aparcado el coche al solecito y te has jugado el tipo conduciendo porque la única manera de mover el volante ha sido con las yemas de los dedos. Ya estás en casa, si cierras las ventanas, malo y si las abres, peor. El aire acondicionado nunca está cuando se le necesita. Siempre te acompañan ese par de gotillas de sudor que te hacen cosquillas al bajar lentamente por la sien. Te duchas y nada más secarte, vuelves a estar sudando. Te acuestas y te preguntas cuándo se volvieron pegajosas las sábanas de la cama. Sueñas con que es Navidad y que hace frío.
Sí, amigo lector, así pasamos el verano, al menos por aquí abajo en Málaga. Menos mal que tenemos cerca la playa. En mi caso llevo viviendo en Málaga desde que nací (ya va para casi cuatro décadas) y hace cuestión de un par de semanas que me enteré de un curioso fenómeno que sucede en la playa de la Misericordia, dentro de la capital. Fuimos por la tarde con unos vecinos y toda una legión de niños. Hicimos un gran despliegue de sombrillas, velador, neveras y sillas de playa. Y los niños hicieron lo propio en la orilla con sus cubitos y palas.
Apenas hacía viento y el agua estaba tranquila.
De pronto, hubo un revuelo de padres e hijos recogiendo a toda prisa los cubitos y las palas. «Son las 7″, me dice mi vecino Manolo.»Ajá», digo sin comprender.»Cuando llega ‘El melillero’ sube la marea y se lleva todo lo que hay en la orilla», me aclara. Nada más recoger los cacharritos de los niños me doy cuenta de que, dentro del agua, hay esperando una hilera de gente con sus tablas de surf o similares todas de espaldas a la orilla, mirando a levante. Miro hacia el puerto y veo que efectivamente está atracando el «Melillero», ese barco que hace la ruta entre Málaga y Melilla.
Por fin se desvela el misterio porque en el mar, que estaba en calma, empiezan a formarse una serie de olas (conté unas diez) de la altura justa para darte unos cuantos viajes encima de tu tabla de surf. ¡Y cómo mola!
Estar cerca de un horno encendido tampoco ayuda a estar fresquito, pero las que estamos infectadas por el virus «galletorum decoratus» no nos importa arrimarnos porque la recompensa merece la pena. Por cierto, si alguna vez tenéis que hornear galletas con algún tipo de extremo que sobresalga, como por ejemplo estos «helados», si queréis que no se os tueste excesivamente el «palo» debéis hornearlas de la siguiente manera:
También debéis cortar la masa de 1 cm de grosor para minimizar las roturas.
Cómo echo de menos el invierno.
Un beso,
Estíbaliz